Salar de Uyuni, espejismos en sal – Bolivia

Cuenta una leyenda indígena la historia de una muchacha llamada Tunupa que habitaba en el valle, preciosa como ninguna, que tenia una wáwa, un bebe de corta edad, que prometía ser tan linda como su mamá. Todos los hombres estaban enamorados de ella y las mujeres la envidiaban intensamente y no perdían ocasión de hacerla sufrir. Los hombres de la zona, empujados por los insoportables celos de las mujeres del lugar, secuestraron a la wawita y la hicieron desaparecer. Destrozada, Tunupa rompió a llorar desesperada, entre gritos desgarradores. Las saladas lágrimas resbalaban imparables atravesando las mejillas, precipitándose desde la barbilla por el cuello, hasta llegar al pecho, donde se unieron a la leche que brotaba de los senos de la inconsolable madre, creando un descomunal río de leche y sal que ahogó todas los campos del lugar, convirtiendo excelentes tierras de cultivo en un desértico páramo de sal.

Tunupa es el volcán que desde el norte y con sus más de 5.200 metros preside el singular desierto. En el suroeste de Bolivia casi lindando con Chile, en pleno altiplano andino y a más de 3.600 metros de altitud, el clima extremo que soporta hace de él un lugar único sobre la faz de la tierra. Originado por el desecamiento del lago Minchín debido a una intensa sequía hace más de 10.000 años, unido a complejos procesos químicos de los materiales existentes, el salar está compuesto de diferentes estratos de sal de espesores variables que van desde los 20cms de algunas zonas hasta capas de más de 20 metros. Se calcula que la cantidad de sal que forma tan grandioso páramo es de 64.000 toneladas.

Espejo celestial

Rodeado de picos y volcanes, con una longitud máxima de 140kms, las dimensiones de tan descomunal llanura de sal convierten las primeras sensaciones de sorpresa y novedad, de admiración y hechizo, en un obsesivo paseo sobre una dura costra de brillante candor, castigada por un cegador sol cuyos rayos se multiplican al chocar con la salmuera. El austero y mudo paisaje, difuso monólogo de sal sin sobresaltos, perturbadora monotonía de impoluta atracción, se convierte en seductora fascinación cuando surge la ocasión de atravesar las zonas de aguas atrapadas en lagunas kilométricas.

Como en otros ecosistemas del planeta, se diferencian dos estaciones a lo largo del año: el período húmedo y el seco. En los escasos 3 meses en los que las lluvias inundan gran parte de la superficie salina, las costumbres de las escasas especies tanto animales como vegetales que habitan el desierto apenas se alteran, pero el paisaje muta considerablemente. La época de lluvias comienza en el mes de diciembre y se prolonga hasta inicios de marzo. El agua caída durante estos meses va formando un manto de entre 10 y 20cms de profundidad que se extiende por centenares de kilómetros cuadrados a lo largo del inmenso desierto salino. La lámina de agua refleja los cielos cargados de nubes, formando un paisaje repetido que invita a caminar por los cielos, avanzar de forma ingrávida entre algodonosas nubes que parecen adquirir vida con las estelas de olas que originan las llantas de los ajados todoterrenos japoneses al atravesar tan soberbio estanque. Franquear tan colosal reflejo genera sensaciones de vértigo, de confusión y desconcierto, donde la línea del horizonte se camufla, se desfigura y se vuelve a definir; para nuevamente desaparecer, transformando la perspectiva en una panorámica ilusoria, continua, sin inicio, sin desenlace.

El implacable sol que a diario asoma entre las nómadas nubes, evapora lentamente a lo largo de la temporada seca tan colosal espejo natural, desvaneciendo la enorme laguna en estanques menores y más abundantes que con el paso de las semanas se van disipando, originando en la salmuera una inmaculada y sólida costra. Las pequeñas balsas que finalmente sucumben al vehemente sol, descubren una resquebrajada capa salina semejante a una enorme red que nos acompañará a lo largo de la extensa planicie.

Una de las atracciones del extenso salar es el Hotel de Sal. Situado a mitad de camino entre el pueblo de Uyuni y la Isla del Pescado, es lugar de encuentro y admiración de las decenas de caravanas de turistas que a diario visitan el salar. Construido íntegramente con bloques de sal, desde las paredes hasta las sillas, mesas o camas, su ubicación en medio de tan particular e inhóspito ambiente, hacen de este albergue un lugar único en el planeta.

Incahuasi

Como una ballena varada en un inmenso mar de sal, se levanta orgullosa esta rocosa colina de granito y escasa tierra orgánica. Colonizada por centenarios cactus de hasta 12 metros de altura, sus fieras espinas de afilado remate envuelven los espigados troncos de tan vetustas plantas. La coloración rojiza de una tierra rica en materia orgánica hace destacar sobremanera las rocas de tonalidades grisáceas entre los enormes mástiles verdosos que se abren en ramas con forma de candelabro, creando fantasmagóricas sombras sobre un fondo infinito de minúsculos cristales blancos. La isla es parada obligada del turista que se adentra en tan colosal paisaje. Levantado sobre los restos de un antiguo volcán de roca caliza petrificada, el bosque de cactus que lo arropa es el hábitat de la vizcacha, un huidizo roedor similar al conejo, con cara de canguro, orejas cortas y cola como la de las ardillas. Animales sociables que viven en grupos familiares y de hábitos nocturnos, se cobijan en madrigueras que excavan en la escasa tierra que emerge de la salada inmensidad, y se alimentan de los vegetales que subsisten en tan cruento ecosistema.

En las lagunas generadas durante la época de lluvias en el salar y que en escasas ocasiones se mantienen durante todo el año, los flamencos andinos pasan el invierno. Incluso existen zonas donde estas características aves habitan permanentemente, creando colonias que en el periodo húmedo y parte de la temporada seca, se reparten por la infinidad de depósitos acuíferos para alimentarse de algas, vegetales y pequeños invertebrados. No es difícil ver en el salar restos semi momificados de estas aves, muertas en largas travesías que realizan en penosas condiciones físicas y ambientales.

Únicamente el pueblo de Colchani, situado a escasos 20kms de Uyuni, el asentamiento más importante de la zona, tiene permiso para explotar el salar. Tanto para el consumo humano, como para la construcción de edificaciones y mobiliario o para realizar artesanía, la sal es el motor económico del pueblo. En la actualidad el transporte de la misma se realiza en camiones, pero hasta no hace mucho tiempo no era difícil toparse en mitad del páramo con extensas caravanas de llamas con serones cargados de tan apreciado compuesto. En el mismo pueblo, la sal es yodada, tratada y empaquetada a mano en bolsitas de a kilo para el consumo humano.

Esta vasta zona del altiplano constituye una de las mayores reservas en el mundo de Litio, un elemento químico muy demandado en nuestros días para la creación de pilas y baterías, así como para aleaciones metálicas
ligeras. De igual modo, son grandes las reservas de otros elementos químicos como el Boro, Potasio y Magnesio, elementos también muy empleados y demandados en la industria del mundo desarrollado.

El sol comienza a descender de forma vertiginosa en el horizonte, ocultándose sigiloso ante una estela escarlata, cediendo su lugar en el cosmos a una rota luna de sombras grises y esbelto reflejo que viste de luz las gélidas noches. La inmutable pureza del cielo colmado de tiritantes estrellas custodia la estremecedora llanura salada, territorio despiadado de impasible quietud, equiparable a cualquier inhóspito y árido desierto de arena, viento, sol y frío.

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