Andamos ya por marzo y las resoluciones para el nuevo año son ya como parte de un pasado y de un tiempo de cascabeles y espumillón que, por lejano, ya ni recuerdo. Por email me llegan mensajes retardados de amigos que ya no frecuento y que me desean felicidad y buenaventura para 2006. Los cancelo uno a uno, sin mucho interés, con el deseo de empezar de limpio, pero uno me llama la atención entre todos. Me llega de alguien a quien creo conocer un poco, un antiguo compañero de correrías juveniles, con el que en los últimos años no he mantenido mucho el contacto y a quien yo hacía trabajando en una fábrica de papel de aluminio. Con sorpresa descubro que en realidad se dedica a algo muy diferente: trabaja con una ONG en el desierto de Marruecos, ayudando en los campos de refugiados saharauis. Ha pasado las vacaciones en nuestra ciudad de origen, ocupado con la organización y correcto desarrollo de un evento benéfico del que me manda información. La curiosidad me corroe. Ansiosa de conocer más al respecto, me lanzo al ordenador y comienzo mi viaje de investigación por la ventana abierta al mundo que es Internet.
Alfonso Torres Isturiz, con otros voluntarios, están envueltos en un proyecto llamado:
«Base de transportes para la distribución de la ayuda humanitaria»
La Asociación de Trabajadores y Técnicos sin Fronteras, así se llama el grupo de Alfonso, no es ningún grupo misionario o de beneficiencia exótico que recauda fondos para luego desaparecer misteriosamente, es un grupo de verdad que llega lejos, más lejos, a la parte del Sahara que fue colonia española hasta el fin de la dictadura franquista. Su nacimiento como ONG nos lleva también atrás en la historia, a hace unos 30 años, cuando sucedía algo que, Mohamed VI, el actual monarca marroquí, celebraba el pasado 6 de noviembre, día del aniversario de la llamada Marcha Verde. Marruecos celebró triunfalmente la toma por parte del entonces reinante Hassan II de los territorios españoles del Sahara. Dichos territorios, en lugar de pasar de una larga colonización a una esperada independencia, viven desde hace ya tres décadas bajo la opresión y discriminación del gobierno de Marruecos. Sin ir más lejos, el 5 de noviembre, víspera de la tan celebrada marcha, dos periodistas españoles fueron detenidos junto con otros 14 saharauis en el Aaiun, por mantener una manifestación frente a la vivienda de uno de sus compatriotas fallecidos, Hamdi Lembarki. Según declaraciones de los dos colegas detenidos, expresadas en una pequeña columna del diario «El Mundo» el mismo 6 de noviembre, los saharauis detenidos permanecían en prisión y sometidos a duros interrogatorios y a la tortura de la policía marroquí.
El tema no es nuevo, ¿quién no ha oído hablar del Frente Polisario? Aparece esporádicamente en nuestras pantallas entre tantas otras noticias provenientes del gran continente todavía tan desconocido e ignorado por los ciudadanos de occidente. Sin ir más lejos, el pasado mes de septiembre el tema abrió de nuevo titulares en los periódicos nacionales españoles, esta vez, no sólo por la falta de humanidad y medios en los que viven estas gentes, sino también por el agravamiento de la situación con la llegada de gentes de los países subsaharianos y su desesperado intento de entrada ilegal en los territorios españoles de Marruecos. La espesa niebla de terminología legal y política que siempre envuelve estos acontecimientos, nos dificulta entender verdaderamente y sentirnos responsables de asuntos como estos que, desafortunadamente, nos saltan a los ojos desde los periódicos y los telediarios. Pero la realidad se puede expresar en muy pocas palabras y con un lenguaje fácilmente comprensible por el ciudadano de a pie, el que lee los hechos sentado en la barra de un bar mientras desayuna su café con leche y su bollo:
En dicha región del Sahara viven ahora hombres, mujeres y niños para quienes la única esperanza de supervivencia es la ayuda humanitaria de un puñado de ONGs internacionales. Y aún así, se trata de uno de los pueblos más orgullosos y dignos de respeto para quienes treinta años de vida en tiendas de campaña en el centro de la nada, no han conseguido apagar su espíritu de lucha y su esperanza de libertad. Alfonso Torres Istúriz, de 41 años y residente en Beriáin, un pequeño pueblecito a pocos kilómetros de Pamplona, Navarra, me envía desde la distancia sus palabras:
«Bueno, todo empezó para mí en noviembre de 1999 tras una desgracia personal», dice con aparente normalidad, «la muerte de mi novia en accidente de tráfico». Y aquí me impresiona el pensamiento de ver a este hombre valientemente convirtiendo su dolor en cura del dolor ajeno.
«Estuve colaborando con una ONG que trabajaba en salud principalmente. En el año 2002 empezaron las discrepancias con la dirección y en el año 2003 decidimos los técnicos independizarnos, así que por agosto de 2003 nació ATTsF: Asociación de Trabajadores y Técnicos sin Fronteras«.
ATTsF se autodefine como:
«Una asociación muy joven sin ánimo de lucro. Se trata sobre todo de no crear nuevas dependencias sino de impulsar un desarrollo autónomo, apoyar y fortalecer las capacidades de las personas que pertenecen a los llamados países del tercer mundo para que no tengan que depender de la ayuda exterior».
Los miembros de ATTsF son electricistas, mecánicos, carpinteros metálicos, informáticos, profesores… Tratan de plantar la semilla de la autogestión en los núcleos que visitan. No dan de comer, sino que enseñan a buscar comida. El viejo dicho de «enseñar a pescar» se ve aquí, satisfactoriamente interpretado y llevado a cabo. Su proyecto actual es la construcción de una base de transportes. En el desierto el transporte es vital, el transporte acerca a la comida y al agua. Sin el agua la vida se extingue, y sin la posibilidad de llegar a los pozos y distribuir esa agua poco más es posible.
Páginas: 1 2