El relato de Vita y el Día perfecto: una entrevista con Melania G. Mazzucco

Melania Mazzucco es una de las autoras que más felizmente se han acoplado a las tendencias narrativas italianas del momento. Luego de su éxito con Vita, novela galardonada con el premio Strega en el año 2003 y llevada a la gran pantalla bajo la dirección de Paolo Virzì, la hemos entrevistado acerca de su nuevo libro, Un giorno perfetto (Un día perfecto), una novela/espejo que trata sobre la actualidad e Italia, y acerca de las urgencias, literarias y no literarias, planteadas al comienzo de su historia.

¿Cómo nació la arquitectura de la novela, y la idea de contrarrestar una familia acaudalada con una familia donde sólo se percibe un solo ingreso, una mujer que se pasa los días entre peluquerías y agencias inmobiliarias con otra a quien le cuesta llegar al 27 de cada mes, un hombre de éxito (como también decadente) con un agente de policía obsesionado con el fin de su matrimonio?

En mi novela anterior, Vita, había narrado una historia larga de cien años, que cubría de 1903 a 2003. En Un día perfecto quería utilizar una estructura antitética así como también temporal, de sólo veinticuatro horas. Pero en estas veinticuatro horas quería describir el alma de una época (y de una ciudad), y para hacerlo tuve que atravesar las clases sociales y las generaciones. El esquema más simple implicaba cruzar los destinos de dos familias que no se hubieran jamás conocido si el trabajo no las hubiese unido: si el uno no hubiera estado trabajando para el otro. El trabajo, con todas sus implicaciones, constituye uno de los focos de atención de Un día perfecto. Antonio trabaja para alguien honorable, y la vida de Buonocore (que en italiano significa “buen corazón”) y de Fioravanti (“bien avanzado”) acaban por entrelazarse.

Luego del éxito mundial de Vita, ¿qué le ha inspirado a escribir un libro tan diferente, a atreverse a tanto? Mientras escribía Un día perfecto, ¿pensó alguna vez en las esperanzas de sus lectores o les ha dado a entender que esto se trata solamente de la urgencia de relatar “su” historia?Sabe, un escritor siente la falta de los libros que todavía no ha escrito, de los libros que esperan ser encontrados en alguna parte interna. No puede sentir nostalgia de aquellos que ha completado, incluso si han tenido éxito. Cada libro genera otro, a menudo relacionado a lo que lo precede de hilos sutiles, casi imperceptible. Un día perfecto, en este sentido, está profundamente relacionado con Vita. Esta novela relata una historia italiana que transcurre durante un siglo: el siglo XX. Las vivencias de los protagonistas me han llevado de la gran pobreza de la Italia rural a la aparente riqueza de un país que cree haberse transformado en otra América, y se ha transformado en un país con las puertas abiertas a la inmigración. Era sobre esta Italia del año 2000, rica y egoísta, satisfecha y decepcionada, en ruinas y confusa, que quería escribir, muy del mundo en el que vivimos. Y Vita ha sido el libro que me ha llevado a eso. Los lectores que me han seguido en América con Vita (y después en la Italia de posguerra) viven, como yo, en el mundo de Un día perfecto, y estoy segura que se pueden reconocer en esta historia actual: es sobre Italia, nuestro país, habla de nosotros, los italianos. Quizás escribir sobre este tema era osar, pero ningún escritor puede contentarse con repetir una fórmula ganadora: a menos que no sean hombre de negocios, un vendedor de palabras vende como otros vendedores de jamón, gafas o automóviles. Yo no lo soy. Prefiero meterme en discusiones, y comenzar cada vez de cero.

El tema de la inmigración regresa en Un día perfecto en forma de debate de salón sobre la nacionalidad de las mucamas: ¿son mejores la ecuatorianas o las rumanas, las católicas o las musulmanas? Un enfoque completamente distinto con respecto a la historia apasionada de la odisea de Vita y Diamante…

La escena de la charla de las señoras durante la fiesta de Camilla es obviamente satírica, las banalidades que dicen deben leerse entre líneas. Pero me parece que las palabras de estas señoras, frívolas y superficiales mientras discuten temas como raza y religión, son exactamente las que recordamos de conversaciones similares y que algunos de nosotros han oído decenas de veces, en el tren o el avión, en el autobús o a la mesa de la comida. Es la trascripción de una conversación cualquiera. Desgraciadamente. Ninguna de aquellas mujeres se pregunta verdaderamente a qué drama deberá haber hecho frente su propia mucama, dejando sus hijos en su país de origen, separándose del marido para ganarse la vida, qué dificultades lingüísticas, culturales y de costumbres distintas han encontrado. Esto era lo que Vita relataba por una parte, pero por otra: con la perspectiva de quien ha debido partir, de quien ha abandonado el propio país, sus afectos, la lengua, la historia, la identidad. La diferencia recae en el desarrollo cultural y social que ha experimentado Italia en estos cien años: los inmigrantes de ayer son los abuelos y los padres de las señoras del salón en Un día perfecto.

Para relatar un solo día, su libro pinta como un cuadro histórico, se parece a una película que siempre me ha gustado, titulada La meglio gioventù (“La mejor juventud”). Ud. se ha arriesgado a más: ha narrado el presente, lo contemporáneo. ¿Fue más fácil o más difícil en relación al ejemplo a la composición de Vita?

Creo que la “firma” de un escritor está, más que en el sujeto que relata en la forma en que lo hace. Las historias, al final del día, son siempre las mismas. Lo que constituye nuestra marca, lo que nos revela, es el espíritu que dedicamos a las personas, a los paisajes, a las ideas y a las cosas. El mío, creo, es siempre el mismo (ya sea mi historia de la América de principios del siglo XX, ya sea mi historia de Roma en el año 2001). Me reconozco en la palabra “cuadro”, recupero el espíritu narrativo de mis historias, los muchos personajes, los muchos planos, la simultaneidad del tiempo y todo lo demás. Es igualmente difícil construir a los personajes que quedan en la memoria, los verdaderos diálogos, un mundo que tenga su coherencia y su necesidad de ser. En el caso de una novela contemporánea es quizás una dificultad adicional. Cuando un escritor escribe, digamos, sobre la Londres victoriana, el lector se fía de sus descripciones. Confía en el mundo narrativo que le están describiendo. Cuando el escritor escribe de hoy en día, no puede confiar en su “suspensión de la falta de credibilidad”, porque el mundo narrativo que evoca es el mismo que el del lector, y el lector lo puede abandonar si lo que narra no es verídico, si no es creíble. En cierto sentido, juegas con él en una lucha de igual a igual, de cuerpo a cuerpo, que encuentra a ambos desarmados: y éste es un desafío que un escritor no puede eludir, y que me he complacido en aceptar.

¿Cuáles de sus amistades o conocidos se han reconocido en sus historias o personajes? La vida cuotidiana de Maja, los temores de Elio, la alienación del trabajo en un centro de llamadas son demasiado realistas para no ser verdad…

Ninguno de los p
ersonajes de Un día perfecto tiene un modelo real. Son todos personajes ficticios. Pero he trabajado mucho para conseguir algo “verídico”: del interior de los ambientes representados. En vez de hacer investigación en archivos o bibliotecas, he procedido como si debiera escribir un reportaje, o interpretar una parte según el Método: sumergiéndome de vez en cuando en los trabajo de los policías, de los políticos, de los telefonistas, pasando tiempo con ellos, entrando en las comisarías, presenciando reuniones, y cosas así. Pensé que como un lector no tiene idea de cómo era la pensión de un inmigrante italiano en Nueva York en el año 2003, y que en el fondo tampoco ha presenciado jamás una reunión política en los suburbios, o en el espacio abierto de un centro de llamadas, no se ha hecho jamás una perforación en el pezón, he intentado contárselo partiendo de mi experiencia. Es cierto que muchos se reconocen en los personajes de la novela. Lo más bello me lo han dado, sin embargo, los lectores que no conozco, y que por lo tanto no podrían haber sido mis “modelos”: Emma soy yo, Valentina es mi hija, veinte años atrás Aris era yo, y así muchos casos más. Para mí, significó haber sabido escoger una verdad que coincide totalmente con la existencia de una única persona.

Una novela que en ciertas partes se asemeja a la suya es «La bestia en el corazón» (La bestia nel cuore) de Cristina Comencini. También ahí la familia es todo menos “el lugar donde uno echa a volar los sueños”. ¿Ha leído esta novela? ¿Cómo se lleva con los escritores contemporáneos, en particular los de novelas? ¿Existe un grupo que reflexione y produzca sobre los mismos temas, o prefiere a lo mejor quedarse al margen de estas “asociaciones de categoría”?

No sé si también en Roma existe un grupo cohesivo de escritores que compartan un proyecto literario (quizás sí, pero no soy parte de esto). La Casa delle Letterature así como también la redacción del periódico La Repubblica en Roma han organizado todas las oportunidades de encuentro e intercambio que han involucrado a una treintena de escritores que viven en Roma (un par de nombres: Giartosio, Guarnieri, Picca, Trevi), en proyectos colectivos tales como la narración de los barrios de Roma. Hemos leído juntos, involucrando a la ciudad de un modo casi impensable para un individuo. Me agradan los proyectos colectivos, y participo en ellos cuando puedo, pero me parece que no se tienen experiencias compartidas: también en la literatura, cada uno hace lo suyo. A veces los caminos se cruzan, pero la mayoría de las veces no es el caso. Somos una generación dispersa. Nos juntamos con gusto, pero después nos esfumamos… y finalmente nos volvemos a encontrar en la lectura.

Hay un tema en el libro que está tratado sólo indirectamente, y aún así es muy importante: el poder, en todo caso milagroso, de la televisión. Si el caso de Antonio y Emma hubiera ido a parar a uno de esos shows televisivos actuales, ¿cree que el final hubiera sido diferente?

Ciertamente, y esto es algo bastante inquietante. La gente como Emma y Antonio (o, en el caso de una novela como Vita, la gente como Vita y Diamante) termina en los diarios sólo cuando los han asesinado. Sólo son interesantes cuando están muertos. La televisión, al contrario, muestra interés también por la gente viva, porque la come viva ante las cámaras. La “pone en escena” (en los reality shows, en los talk shows, crueles por así decirlo) porque supone que en su historia y en su comportamiento el presunto telespectador puede reconocerse aproximadamente. La televisión se ha convertido en una cámara de descompresión de conflictos (personales y sociales), un limbo que distende cada impulso y cada tontería, justamente porque los revela. Olimpia cree que si su hija apareciera antes las cámaras de televisión para hacer una llamada a su ex marido, todos se salvarían. Y creo que tiene razón: la televisión es una salvación paradójica (el que muere, hoy, es porque NO ha logrado aparecer en la televisión: se muere por esto).

¿Se puede afirmar que en sus dos novelas las mujeres son siempre más fuertes que los hombres, aunque estos últimos se jacten de sus músculos y sus éxitos?

No creo haber creado mujeres fuertes y hombres débiles. Son simplemente diferentes: los unos tienen una fuerza que los otros no conocen, y viceversa. Y se hunden en modos diversos. Las mujeres a menudo sufren un colapso interno, los hombres explotan. El personaje de Diamante, por ejemplo, al contrario de Vita, es un fracasado pero en apariencias nada más. En el sentido que no llega al éxito terreno, no amasa una fortuna, hace un trabajo humilde durante toda su vida. Pero yo no creo que el éxito externo sea un símbolo de fuerza: y Diamante se ha ganado mi más profundo respeto: es un hombre libre. En Un día perfecto, los hombres y las mujeres buscan la misma felicidad fugaz. Me gusta, tanto en los hombres como en las mujeres, la misma vulnerabilidad frente a la vida, al dolor, al desamor. Norma y el conde, Medusa y Peru, Enrico y Alma, Annemarie Schwarzenbach y Klaus Mann, Emma y Antonio: ninguno de ellos gana o pierde, de la misma manera que ninguno de nosotros ganamos o perdemos en la vida.

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