Irlanda es mi hogar adoptivo, por lo que no quisiera sonar demasiado crítica. Me ha tratado bien. Pero el tema de la evaluación comparativa [del inglés benchmarking] me tiene preocupada.
Durante los últimos trece años, mis amistades irlandesas me han preguntado a menudo qué es lo que más extraño de Estados Unidos (el cielo despejado, el Día de Acción de Gracias) y, más atrevidamente, sobre las diferencias entre los irlandeses y los estadounidenses. Cuando voy a Estados Unidos, nadie me pregunta sobre las diferencias entre los estadounidenses y los irlandeses. Supongo que una de las diferencias es que los irlandeses están interesados por saber (podría ser que los estadounidenses también). Aparte de eso, me resulta difícil encontrar algo en concreto, especialmente en los años posteriores al Tigre Celta. Mientras que en 1993 y 1994 podría haber dicho que la sociedad irlandesa no llegaba aún al consumismo, no podría asegurar lo mismo hoy en día. (En el momento de escribir estas líneas, una cartelera del Irish Times afuera de mi ventana pregunta: “¿Es el comercio la nueva religión?”). Soy profesora universitaria, y en 1993 hubiera afirmado también que los estudiantes universitarios irlandeses eran menos abiertos que sus homólogos estadounidenses. No considero que esto siga siendo el caso. Además, en la Irlanda moderna se pueden notar diferentes grupos étnicos por doquier, por lo que he dejado de sentir que este país sea homogéneo. Los irlandeses nativos son todavía más aficionados al fútbol y a los pubs que los estadounidenses. La misma historia de siempre.
Pero el cambio irlandés, por más difícil que sea de señalar, ha sido rápido, y creo que se nos puede perdonar a todos el sentirnos un poco ansiosos sobre la evolución de nuestros valores y a dónde puede conducir ello. (Eso si todavía podemos hablar en primera persona en plural en estos días. Quizás la sociedad irlandesa se haya vuelto demasiado diversa para atrevidas preguntas retóricas inequívocas). En todo caso, la reflexión sensata no vendría de más en este momento. Pero en vez de esto, la acción refleja de aquellos con siquiera una pizca de poder e influencia aparenta ser una “evaluación comparativa”.
Trabajo en el sector universitario, donde nos pasamos el día evaluando comparativamente. Es enloquecedor al extremo. Pero la búsqueda de la frase “evaluación comparativa” en la versión irlandesa de Google revelará que toda la nación está ocupada con esto. A Ud. mismo le pueden haber pedido hoy que realice una evaluación comparativa. El sector público entero está ocupado estableciendo evaluaciones comparativas. El sector industrial se pasa el tiempo llevando a cabo evaluaciones comparativas. El sector de telecomunicaciones está evaluando comparativamente. Incluso las guarderías infantiles lo hacen. Lo mismo puede decirse de las empresas farmacéuticas, los sindicatos, los agentes inmobiliarios, los porteros de edificios. Hasta las peluquerías lo practican. En total, Google lista 175.000 sitios web que hacen referencia a la evaluación comparativa en Irlanda. No es que esto sea un fenómeno exclusivamente irlandés: sucede en casi todos lados. No es una invención irlandesa. Lo que me preocupa. Irlanda no parece estar inventando mucho.
El sitio web del centro de energía irlandés, Sustainable Energy Ireland (www.irish-energy.ie) afirma que “la idea de evaluar comparativamente es desarrollar indicadores significativos que permitan a las empresas comparar su rendimiento energético con las normas vigentes en el mercado y los mejores estándares”. Es razonable. Agrega además que “algunas industrias y entidades comerciales que ya cumplen con este proceso son conscientes de la motivación que la evaluación comparativa con otras compañías en el sector corporativo acarrea con sí. En el caso de las fábricas de primera clase, puede inspirar un espíritu de competencia y orgullo de ser los mejores en el rubro. Por otra parte, puede animar a la gerencia y el personal de las compañías más rezagadas a trabajar más duramente”. Trabajar arduamente es algo positivo. El consumo energético eficiente en las plantas manufacturadoras o la competencia entre empresas para ahorrar más energía no tiene nada de malo. La conservación de energía es indiscutiblemente algo bueno.
Pero no hace mucho tiempo RTÉ [la televisora estatal irlandesa] intentó despedir a un grupo de meteorólogos veteranos para contratar un grupo de “presentadores” del pronóstico del tiempo más jóvenes y aptos para trabajar ante las cámaras, al estilo de las grandes cadenas televisivas de otros lados. ¿Cuánto tiempo pasará antes que la formalidad justa y respetuosa de un Brian Dobson se vea amenazada por algún periodista salaz a la Fox News, a quien se le haga agua la boca al anunciar el último tiroteo en pandillalandia? Un paso en falso en la próxima evaluación comparativa, y emprenderemos el camino hacia la perdición.
Los esfuerzos por obtener mejor calidad, originalidad, y excelencia son aspiraciones que podrían valer la pena. Pero estos “análisis comparativos” saben a competencia mecánica y monotonía insulsa. En el sector de la educación superior nos alientan a pensar en nuestros estudiantes como “clientes”, a volvernos “profesionales reflexivos”, a esforzarnos por lograr “el ejercicio óptimo de la profesión” y (como siempre) a publicar tanto como los británicos. Una búsqueda de “análisis comparativo” en la versión irlandesa de Google revelará, en todas las industrias, el mismo tipo de lenguaje: optimización, ejercicio reflexivo de la profesión, clientes, transparencia. Cortar, copiar y pegar, cortar, copiar y pegar. No hace mucho estaba en la estación Garda en el Condado Sur de Dublín cuando divisé un enorme póster en la entrada, que leía: The Garda Customer Charter: Putting People First (“Estatutos del cliente de Garda: el cliente tiene siempre prioridad”). Claro que es bueno que la gente de Garda nos tenga tanto en cuenta… ¿pero es bueno que nos consideren clientes? ¿Tenemos siempre la razón? ¿Nos deberían dar lo que pedimos, siempre? ¿O sería mejor el servicio de atención de la gente de Garda no favoreciera la estricta relación comerciante/cliente? Estoy en duda. El término “cliente” viene acarreando connotaciones desde hace tiempo, si bien en la actualidad la mayor parte del sector estatal describe al público (a la ciudadanía) como su “base de clientes”. ¿Un esfuerzo sincero, consecuencia de la optimización? ¿O más “cortar, copiar y pegar”?
No me malinterpreten. No quiero inferir que la evaluación comparativa es algo intrínsicamente malo. Si cabe, es probablemente intrínsicamente buena porque nos permite tomar decisiones bien informadas. Pero la evaluación comparativa es algo malo si la empleamos para enterarnos de lo que los demás están haciendo, para copiarnos, no teniendo nuestras necesidades y deseos muy en cuenta. Ese tipo de comportamiento no es para nada reflexivo: es simplemente competencia con los vecinos, presen
tada muy elaboradamente.
Irlanda es mi hogar adoptivo. Me ha tratado bien. Me ha dejado sumergirme en su estanque pequeño, increíblemente apasionante y me doy cuenta que lo necesitaba. No me gusta ser crítica, pero sigo preguntándome si el análisis comparativo se ha convertido en la nueva religión.